En el reino verde del cartón húmedo, donde las casas crecen como semillas de chía y la luz no sabe detenerse, reina el Rey Pollo III.
Su cuerpo cuadrado, pesado y resquebrajado se alza sobre un suelo que cruje.
Todo en él es orden y rabia: cada pliegue una frontera, cada mirada una ley.
Ha prohibido el 5G, los espejos y las nubes que no pidan permiso para pasar.
Dice que el mundo se sostiene porque él lo dice, y el aire obedece.
Pero una grieta se abrió en su última orden.
De su sombra nació el Hijo de Gas, criatura torpe y ligera, con una camisa que lo retiene para que no se disuelva.
Piensa poco, apenas respira, y sin embargo su presencia altera la luz.
Donde flota, el cartón se ablanda, el reino se curva, el poder se empaña.
El Rey Pollo lo observa con ira y ternura incomprendida.
Ambos se saben materia en tránsito: uno se endurece para no morir, el otro se disuelve para no mandar.
En su encuentro, el aire aprende a tener peso, y el cartón, a recordar que alguna vez también fue semilla.