
Nació del error,
del trozo mal cortado,
del cartón que sobró en la fábrica del universo.
Piti —mitad diva, mitad sombra—
respira el polvo de los rincones
y se peina con el viento de lo absurdo.
Tiene una nariz que apunta al cielo,
labios que se ríen de su propio peso,
y pelos que gritan antes que su voz.
Su piel no es piel,
es papel arrugado por las manos del tiempo,
una textura que cruje
cuando el ego se infla demasiado.
Piti no camina: desfila.
Cada paso es un aplauso imaginado,
cada mirada, un espejo donde busca su reflejo perdido.
Su voz, dulce y grande,
acaricia el aire con un perfume de teatro antiguo.
Le gusta brillar,
aunque la luz le queme los bordes.
Vive en un mundo torcido,
habitado por bichos que ríen de sí mismos,
donde los colores se equivocan
y la lógica duerme en una esquina.
Allí, Piti es rey y bufón,