Nació del error humano, del brillo aceitoso del petróleo que quiso borrar su cuerpo de barco.
Pero el metal recordó.
Y al recordar, respiró.
Ahora, bajo la piel salada del mar, Fermín nada entre luces que no soporta.
Brama con sonidos de ballena y cólera, buscando faros para devorar.
Cada destello que engulle ilumina por dentro los agujeros de su cuerpo:
constelaciones de venganza que parpadean en su vientre.
Una gaviota le arrancó un ojo, y desde entonces solo ve el reflejo del daño.
Tiene tres aletas y una furia que lo sostiene.
No ama la tecnología: la teme porque le recuerda el hierro que lo hizo.
En su universo hay agua, destellos rotos y un rumor de peces que huyen.
Él, metálico y vivo, flota entre ruinas luminosas, repitiendo sin voz:
“Muerte a los faros.”