Nació del cartón y del silencio, en el borde donde lo vivo se apaga y vuelve a encender.
Khang-botkid camina con pasos torpes, arrastrando su caja de memoria y su ojo único que todo lo observa.
Entre cables y raíces, se recarga de energía y de ternura, buscando redimirse del peso de su pasado.
Su cuerpo no brilla: respira.
El cartón cruje cuando se mueve, recordándole que incluso la materia cansada puede tener alma.
En su fragilidad metálica habita una fuerza pequeña, la de quien no sabe si vivir o morir, pero sigue andando.
Khang-botkid no busca perfección: busca sentido.
Entre el bosque y la máquina, enseña que el error también puede ser hogar.
Que lo roto puede moverse.
Que incluso un trozo de cartón puede aprender a perdonarse.